LUGO-
COSECHA DEL 66
Hace cincuenta años
los relojes ronroneaban los días,
el sol se tomaba su tiempo en cada hora
y los segundos eran problemas matemáticos.
Los domingos paseábamos la ciudad de tres
en fondo,
el fútbol en chocolatinas La Cibeles,
la naturaleza en Vida y Color
y a las siete un televisor para cien.
Hace cuarenta y nueve años
las noches también eran amargas,
había nombres llegados del infierno
y las bendiciones te golpeaban por la
espalda.
Dios merodeaba detrás de cada esquina,
los jueces se ocultaban en los
confesionarios,
la eterna muerte y la condena permanente
se acostaban contigo violando cada sueño.
Hace cuarenta y ocho años
ya cruzábamos las miradas con los
intocables,
nos tragábamos la sal en silencio
y nos erguíamos en los peldaños de los
castigos.
Las muchachas ocultaban sus pechos de
champan,
los amigos crecían hasta la muerte,
un herrumbroso vino nos asediaba la cabeza
mientras las puertas de la calle no esperaban
nuestro regreso.
Hace cuarenta y siete años
los caminos se separaban a contratiempo,
el horizonte nos arrojaba del paraíso,
el viento se cuajaba en melancolía.
En
los libros hallabas palabras ofensivas
ahora ya cubiertas con mantos de Belleza,
encontrabas la muerte mezclada con la vida,
los caminos más anchos, las ventanas más
bajas.
Hace cuarenta y seis años
llovía, y no importaba que siguiese
lloviendo.
Nos mostraban el cielo cubierto de
cuchillos
y cruzábamos la noche a pecho descubierto.
Descubrimos la dulce amargura de los besos,
los ojos incrustados en el ángulo muerto
de una blusa turgente y un botón
entreabierto,
una falda de cuadros, las rodillas al
viento.
Hace cuarenta y cinco años
la oscuridad era desmedida, eran muchos los
puertos,
nebuloso el destino, vacilante la voluntad,
perplejas las miradas, indolentes los
caminos.
Las puertas baldías, áridas las aceras,
yermo el pensamiento, insolvente la
palabra,
fugaces los lunes, sumisos los cercanos,
y en nosotros exhausto el corazón.
Hace cuarenta y cuatro años
se hizo otoño el verano y no hubo junio.
Los árboles se fueron deshojando
con nuestros nombres escritos en el viento.
Se apagaron las últimas manos apretadas,
las últimas miradas a las ventanas
vencidas,
los últimos gritos en los patios remozados,
los últimos abrazos rebosantes de promesas.
Hoy, después de cincuenta años,
regresamos por diciembre a nuestro origen,
retornamos al inicio de los caminos
que nos empujaron a lo más alto de uno
mismo.
Nosotros somos todo lo que somos de
nosotros,
somos el total de cada uno, somos el
infinito perpetuo,
la playa inextinguible de nuestro
pensamiento.
El recuerdo uno a uno, hasta un último
nombre
que se desvanezca, nos hará inmortales.
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16- XL FERREIRO
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